martes, 21 de noviembre de 2006

La primera cita

Los colectivos tienen, en su interior, una cantidad no determinada de historias. Esta es una de tantas.

Viajaba el muchacho cómodamente sentado en el asiento del 140, con los auriculares clavados en las sienes, cuando, a la altura del mercado de pulgas, una parejita sube al rodado, de esas que uno ve y enseguida se da cuenta que están en las primeras salidas.

Timidones, como no queriendo separarse ni para sacar el boleto, se despiden por unos segundos: la chica busca los asientos mientras el chico pide "dos de ochenta".
Se reencuentran en el brillo de sus miradas, casi cómplices...

Y el espectador, que de pronto ya no escucha lo que escucha, concentra el poder de todos sus sentidos en la observación.
Y siente nostalgia. Extraña esa adrenalina de que te guste alguien y se de esa primera cita. Y que esté todo bien. Y que, una vez sentados en algún lugar medianamente intimo, el momento tarda en llegar porque hay nervios. Hay timidez.

Y uno de los dos que se levanta para ir al baño y cuando vuelve son tres pavadas y a los besos.

Y alguien -con si no toda la razón, ahí nomás- lo despabila a uno de un cachetazo en forma de frase, que dice: "y después te acordas cuando todo se va a la mierda y la pasas para el culo, y no se dónde colocar la nostalgia"...

Y el muchacho que ve bajar a la parejita a la altura de Niceto y ese pensamiento le queda rebotando en la cabeza.
Y, casualmente, solo le quedan dos paradas para bajarse, a la altura de Thames...

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